lunes, 26 de julio de 2010

Como agua para Chocolate

Coahuila, en tiempo de la Revolución mejicana. En esta ciudad las costumbres son arraigadas y la casa de Tita no es la excepción. Las normas de la familia indicaban que la última hija de una mujer debía dedicar su vida a atender a su madre, así que Tita debía entregarse completamente al servicio familiar y olvidar el amor, ya que era la hija menor. La conjugación comienza a complicarse cuando Tita se enamora de un joven, lo cual es muy mal visto por la familia de Tita. Como le está prohibido relacionarse con cualquier hombre a Mamá Elena halla una "solución", ofrece a su otra hija en matrimonio, el chico acepta para estar cerca de Tita. (Novela de Laura Esquivel)




Pasa el tiempo, pero nada cambia. Existen muchas "Titas" en el 2010. Cuando leí este libro pensé que era imposible que lo que narra la protagonista de la historia (Tita) pasase ahora, pero con el tiempo y conociendo a mucha gente, me he dado cuenta de que no es así.

Son las hijas pequeñas de la casa, que en lo que ellas o sus madres creen su deber, sacrifican su juventud y parte de su vida para cuidar a sus padres.

Son unas cadenas pequeñas, invisibles, pero firmes, que les unen a sus progenitores, pasa el tiempo y poco a poco su proyecto de vida va cambiando.

Hay que dejar pasar aquella maravillosa historia con Javier de Santander, porque, "¿cómo voy yo a dejar a mis padres aquí e irme tan lejos?, ¿y el trabajo en Santiago?, ¡no, no, no puedo hacerlo!".

 Son madres de todos, amigos de muchos, pero en el fondo están deseando tener ese churumbel que les cambie la vida. Y yo digo, ¿por qué no?, ya es hora de que las "Titas del mundo" se revelen y busquen esa vida que se merecen, a la que todos tenemos derecho.