jueves, 25 de noviembre de 2010

Medianoches de Marora

Un sabor que me hace salivar, y recordar. Un sabor nítido, igual que todos los recuerdos que él me trae, las medianoches de Marora.

Detrás de este perdido recuerdo, me vienen más, muchos más: su compota, el auténtico bizcocho, los boquerones en vinagre, natillas... y tantos y tantos platos que ella hacía como nadie.

Mi mente va divagando sin parar, va de un recuerdo a otro, esos sabores me llevan a la casa de mi infacia, a ese patio donde pasé tantas horas jugando, al pilar donde disfrutábamos las tres primas bañándonos los días calurosos de verano y ese barreño grande donde nos metían porque no había bañera.

Aún puedo vernos a las tres primas mirando en la despensa de Marora cogiendo las latas, el azúcar, y todo lo que nos pudiera servir para jugar a las tiendas. Jamás se me olvidará esa balanza de platos dorados con sus pesas en todos los tamaños que ella nos repetía una y mil veces que no la usásemos para jugar, pero al final nos dejaba por ver a sus nietas reir.

Cuando fui la última vez a esa casa el huerto de arriba me parecía pequeñísimo, yo lo veía antes enorme, con sus tres grandes cerezos, la higuera a la derecha y su pared de piedras que nosotros escalábamos para coger los platanillos y venderlos en nuestra tiendecica.

Marora nos miraba mientras, sin pestañear, hacía ganchillo. Sus manos estaban bastante mal por el desgaste del trabajo, aún recuerdo cuando lustraba los roscos, metiendo sus manos en el almíbar ardiendo. Cuando lo hacía, toda la casa se llenaba de un aroma especial.

Al llegar la noche, cogíamos nuestras sillas y nos salíamos a la puerta a charlar con las vecinas, nos sentábamos en las escalerillas de una de ellas y la volvíamos loca con nuestras risas. Cómo olvidar lo bien que nos lo pasábamos jugando a la comba, a la goma o escurriéndonos por el surco que había en medio de la calle para que el agua corriese.

Esos recuerdos me llevan a otros, tengo pocos recuerdos de Padre Rafael, verlo en la puerta de la tienda de mi padre con sus dos metros de altura y su sobrero, todo elegante y regio. También cuando nos sentaba en sus rodillas y nos enseñaba a sacar sonido, como un pitico como él decía, a una teja. Y cómo no, el más amargo, y que jamás olvidaré, yo vestida toda de blanco, morena de la playa, entrar en el portal y mi padre llevarme al dormitorio: "Dale un beso en la frente a Padre Rafael", ese beso frío en la frente de mi abuelo es una sensación que jamás podré olvidar. Fue la primera persona muerta que vi y no he querido jamás ver a nadie más.

Por eso quise siempre mantener el recuerdo de Marora como la persona alegre y trabajadora que tenía de pequeña, siempre en sus quehaceres y volcándose en su familia. Me negué por mucho tiempo a ir a visitarla cuando se estaba apagando, ahora sé que no hice bien. Nos diste tanto a todos. Aunque tarde sigo llorando que no estés aquí. Hoy tengo el pasado más presente que nunca. Un beso Marora.